- por Gabriela Cruz del Colectivo La Palta para el Diario del Juicio
Los monstruos se
llevaban a la gente, a veces la gente volvía, y ya no parecía ser la misma.
Otras veces parecía que ‘los comegente’ verdaderamente se los había comido. El
terror se instaló entre los pobladores. Los padres temían por sus hijos, los
hijos temían por sus padres, las madres sentían que incluso antes de nacer sus
hijos ya eran sospechosos. Agarrarse fuerte de las manos no alcanzaba. Dicen
que se alimentaban del miedo.
Con el tiempo, ‘los
comegente’ ganaron más poder. Salieron a plena luz del día, se llevaban las
personas de las calles, de los trabajos, de las escuelas, de las universidades.
Pero nunca abandonaron la costumbre de llevárselos de sus casas
Esto, que bien podría haber sido una leyenda, no lo fue.
“Ahí vienen esos comegente a llevarse mi hijo”, dijo la madre de Ramón
Castellano cuando lo secuestraron. Eran monstruos, pero de carne y hueso. Ramón
fue uno de los sobrevivientes “Yo perdí la cabeza de tanto que me han
garroteado”, dijo en la audiencia del viernes 24, “tenía sed pero tenía miedo
de pedir agua, me tomaba mi orina”, agregó. Ramón era un pelador de caña, tenía
25 años y no sabía ni leer ni escribir, “Me pegaban de gusto, me han llevado de
gusto”, dijo Castellano sin entender todavía por qué estuvo tres meses en
cautiverio soportando las torturas, viviendo tanto horror.
A Enrique Sánchez también se lo llevaron. Él vivía con su
esposa y con su hijo de apenas un mes. Era estudiante de bioquímica y delegado
estudiantil. Alicia Noli era su esposa, desde que se llevaron a Enrique no paró
de buscarlo. En su búsqueda no dudó en enfrentarse a ese monstruo. Hoy, a casi
37 años, en su rol de querellante y de testigo, mira al monstruo cara a cara y
le sigue preguntando por su esposo y padre de su hijo. En la audiencia del
jueves 23, Alicia contó que mientras se llevaban a Enrique ella le prometió
entre gritos “Te voy a seguir”, y sigue. En el camino colaboró para que se
recupere la memoria colectiva y la verdad y para que de una vez llegue la
justicia. Es que Alicia fue asesora ad honorem de la Comisión Bicameral, enfrentó
intimidaciones y amenazas, pero asida a su promesa, sigue.
Margarita Laskowski tampoco entiende por qué se la llevaron.
Ella y su esposo Adolfo Méndez fueron sacados de su casa. Tampoco entiende por
qué si ya habían decidido que no tenía ‘nada que ver’, la tuvieron por más de
un mes en aquel infierno que era ‘Arsenales’. “Esta no tiene nombre de guerra”,
le habían dicho y la separaron de su esposo a quien no volvió a ver.
“Todo era muy perverso, muy siniestro. Tan perverso y
siniestro que yo tardé años en empezar a hablar de estas cosas”, reflexionó
Margarita que con sus palabras transmitió un sinnúmero de sensaciones. “Todo el
tiempo mientras duró la dictadura sentí que estaba presa en una celda más
grande”, expresó ante el tribunal. “En ese lugar había todos los olores del
mundo, pero el más fuerte era el del miedo”, agregó, y no dejó dudas que
aquellos monstruos de alimentaban del miedo y de la destrucción. “La dictadura
destruyó mi vida…recién ahora puedo tratar de reconstruir quién soy”, concluyó
esta mujer que no se imaginaba lo que viviría el día siguiente.
Como narra la supuesta leyenda, nadie entendía cómo decidían
a quienes capturaban. Héctor Galván fue secuestrado en Santiago del Estero,
allí lo tuvieron hasta que decidieron trasladarlo a la provincia de Tucumán. El
terror, con el que quisieron paralizarlo, echó raíces en su cuerpo y en su
espíritu. Pero con la fuerza del que sobrevivió al horror, enfrenta sus propios
fantasmas. Una muestra de esto fue su presencia ante el Tribunal Oral Federal,
donde con una voz ahogada de dolor y llanto contó su paso por el infierno. Allí
vio a Mario y a Osvaldo Giribaldi, habló con un señor al que le hacían cantar
tangos “con mucha tristeza y penas, Salinas le decían”. Y como muestra de la
incomprensión al criterio para elegir las víctimas, Tito, como le dicen a
Héctor Galván, habló sobre el joven jujeño, vendedor de diarios en Tucumán.
Cuando Tito contó que a este joven, además de violarlo “le metían ramas”, que
estaba muy infectado como consecuencia de ello, no hay cómo dudar que se
trataba de monstruos, que de humanos solo tenían el cuerpo.
Pero esos monstruos no se han ido, ahí están. Algunos de
ellos les toca ser juzgados en estos días, otros, se murieron en el proceso.
Algunas victorias que se cuentan es saber que la vejez que se llevó a uno de
los peores, se lo llevó juzgado, condenado y encarcelado. Otras victorias son
menos resonantes, pero quizás más importantes porque son victorias llenas de
vida a pesar del horror transcurrido.
Una de esas victorias se vivió el viernes en la puerta del
Tribunal Oral Federal. Margarita Laskowski, que había dado su testimonio el
jueves, había contado que cuando la liberaron compartió el vehículo con una
mujer embarazada, la ‘Panzona’ le decían. Dijo que nunca más supo de ella, dijo
que no sabía ni su nombre. Mara, como le dicen sus amigos, vino desde Buenos
Aires y quiso estar presente el viernes en la audiencia para ser parte de este
juicio histórico. Y entonces escuchó un testimonio que al principio parecía uno
más, que luego supo que no era uno más.
Ernestina Teresa Yackel contó en aquella audiencia que la
secuestraron junto a su esposo, el cura ‘tercermundista’ René Nieva. René
permanece desaparecido. A esta mujer, que cuando se la llevaron estaba
embarazada de dos meses, la liberaron cinco meses después. La narración de
Ernestina hizo que tanto Margarita como las abogadas querellantes que la
representan escuchen con mayor atención este testimonio. Ante algunas preguntas
no quedaron más dudas.
En la puerta del TOF fueron muchos los familiares de
víctimas del terrorismo de Estado que se unieron con la mirada al abrazo de
Mara y ‘la Panzona’. Se conocieron y se reconocieron por primera vez, ahí, ante
la mirada de todos en el lugar donde la justicia se hace presente también en
estas otras formas.
Esos monstruos no imaginaron su derrota, no pensaron que la
lucha y la constancia de las madres, de los hijos y las hijas, de los nietos,
de los sobrevivientes, los iba a sentar del otro lado. No imaginaron que una
vez el miedo del que se alimentaban iba a ser un humo oscuro, que intimida,
pero que después de atravesarlo solo hay la luz del nuevo día.
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